Las manifestaciones de decenas de miles de mexicanos el último primero de mayo en Estados, las manifestaciones de la comunidad boliviana hace un mes en Buenos Aires, la muerte de subsaharianos en aguas del mediterráneo cuando intentan cruzar la frontera española y el endurecimiento de las leyes migratorias en algunos países de la Comunidad Europea, son algunos de los síntomas que la cuestión de la migración pone al descubierto.
Sin embargo las migraciones son tan antiguas como la historia misma. Desde hace cientos de años hombres y mujeres han buscado mejorar su situación de vida buscando nuevas geografías. Antes de la creación de los Estados Modernos, pueblos enteros se movían de un sitio a otro en busca de nuevos sitios donde poder asentarse. Los problemas que planteaban entonces los intercambios humanos no eran muy distintos a los actuales. La lengua, la cultura, la visión del mundo, eran muchas veces motivo de conflicto. Una imagen de dichos movimientos pueden rastrearse en la Biblia, desde el patriarca Abraham hasta el fin de los primeros libros que componen el Pentateuco, la Biblia narra como ningún otro libro historias de migraciones. De hecho uno de los capítulos del antiguo testamento se llama éxodo y narra las travesías del pueblo hebreo desde la salida de Egipto hasta su entrada en Palestina.
Viviendo en este comienzo de siglo y de milenio observamos que los movimientos humanos siguen patrones similares a los antiguos movimientos. Ya por propia voluntad, ya obligados a moverse por distintas razones, los migrantes buscan sin lugar a dudas, mejorar su condición de vida. Buscan en los países llamados desarrollados lo que no han podido encontrar en sus países de origen. Sin embargo la mayoría de las veces los migrantes no encuentran el paraíso buscado sino un descenso aún más profundo al infierno. La discriminación, la falta de empleo, las duras leyes contra los inmigrantes, la imposibilidad de adaptarse, son algunos de los problemas que encuentran los migrantes en los países de acogida. Curioso es sin embargo que algunos países como España, cuyos ciudadanos se han visto beneficiados por la acogida de países como Argentina durante los años ’30, cuando debieron huir de la península por causa de la guerra civil, no contemplen leyes de reciprocidad, que proteja a los inmigrantes latinoamericanos que ahora se llegan al viejo continente buscando procurar una vida más digna.
En el ámbito académico, en la Universidad de Salamanca, los estudios sobre el problema de los inmigrantes es materia de estudio, debate y discusión. Los Congresos y cursos que se dictan en el ámbito universitario contemplan siempre una mesa panel o un apartado destinado al tema de la inmigración. Las posiciones son variopintas y muchas veces los intercambios de ideas terminan en acaloradas discusiones entre los que sostienen que España debería ocuparse de otra manera de la inmigración, y de aquellos que ven en los inmigrantes el origen de todos los males del país. Claro que muchos académicos buscan moderar su lenguaje, pero está claro que prefieren una España sin inmigrantes. Para algunos especialistas el problema de la inmigración no tardará en detonar una bomba peligrosa que hace temer una situación aún peor para los inmigrantes. Las manifestaciones de los latinos en Estados Unidos, manifestando el primero de mayo por un país sin inmigrantes, ha puesto al descubierto un problema no sólo local, sino también universal. El tema en cuestión no son los “problemas que los inmigrantes causan en los países de acogida”, sino en ver cómo esos países han generado la situación para que los países de donde provienen los inmigrantes no ofrezcan las condiciones necesarias para un desarrollo digno de las personas. Para ser más claro, las desigualdades de un sistema internacional injusto, han determinado que las relaciones desiguales entre los países del centro y los de la periferia, haya convertido a estos últimos en territorios expulsivos. Desde que el capitalismo entro en su fase más salvaje, sobre todo después de la crisis del petróleo en 1973 y tras la profundización de políticas neoliberales, se han traducido en desarrollos mucho más desiguales aún entre unos y otros, lo que ha conducido en última instancia, a que hombres y mujeres abandonaran los países en desarrollo, en busca de los países llamados del primer mundo.
El problema de la inmigración nos hace ver qué lejos quedó el sueño de Jhon Lennon de vivir en un mundo sin fronteras. Aquello que el cantautor español, Joan Manuel Serrat cantaba cuando decía que prefería los caminos a las fronteras .Mientras las condiciones mundiales no cambien, el problema migratorio seguirá existiendo.
Entonces desde los medios de comunicación, desde los ámbitos académicos y los espacios políticos, se deberá tener más cuidado a la hora de utilizar cierto lenguaje demagógico y xenófobo que contagia a la sociedad y que se traduce en violentos actos de discriminación, que terminan en hechos de violencia que sufren los inmigrantes. Querer ser parte del mundo, y no un número excluido de él, es el grito casi unánime que lanzan los inmigrantes, legales e ilegales, aquellos que ofrecen la oportunidad de mostrar que el hombre no es uno, y que las identidades se construyen entre otros, aceptando y respetando las diferencia, y entendiendo, en última instancia, que todos pertenecemos al género humano, hablemos el idioma que hablemos, creamos en lo que creamos o dejemos de creer. Al fin y al cabo se trata de construir otra mundialización distinta a la liberal. Más humana y más social. Donde los inmigrantes sean ciudadanos del mundo.
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