Cuando era pequeño solía viajar todos los fines de verano a Tartagal. Allí vive una parte de mi familia y visitar la casa de mi tía era para mi un regocijo que se completaba con los mimos de la familia con aquel niño que fui. Antes de finalizar mis vacaciones de verano viajaba contento, sabiendo que no sólo habría de pasarla bien y me habría de divertir, sino que tanto mimo terminaba con algunos kilos de más de tanto comer y con algunos regalos del negocio de mis primos. Recuerdo entonces los carnavales de Tartagal. Comparsas, gente disfrazada, la alegría de las carrozas y una fiesta de varias horas alrededor de la plaza principal. Claro que por aquellos años, siendo yo pequeño todo era grandioso. Para mis primos aquellos personajes disfrazados que desfilaban en las comparsas eran sus vecinos, pero para mi eran casi héroes disfrazados de diablos o de hadas. Disfrutaba volver cada año a aquella ciudad, que yo la vivía como un pueblo de novela. Aunque pequeña, Tartagal es la segunda ciudad de Salta y será por eso que tampoco me aburría, porque como toda ciudad tenía su cine, y salir en bicicleta por las calles era un aseguro de diversión por varias horas. Recuerdo con mucha emoción un carrusel frente a la plaza, allí donde nos peleábamos por sacar la sortija y ganarnos una vuelta gratis.
Pasaron los años y el estar lejos de Argentina hoy me hace re-volver a las noticias de los diarios locales una y otra vez. Hoy Internet nos permite saber de cerca qué acontece diariamente sin tener que esperar una llamada telefónica que nos anticipe la tragedia. Así he ido siguiendo cada día, desde hace poco más de un mes el desastre natural que ha cortado caminos y que inunda la ciudad a pasos agigantados. Es que no han sido solo las tormentas de fin de temporada las que han arrasado con Tartagal. Han sido lustros de desgobiernos y las peleas intestinas entre unos y otros, del signo político que sea, que han permitido desde la privatización de YPF hasta los saqueos de comienzos del 2000, al desmonte de los bosques y selvas, hasta el desastre que hoy sacude a los ciudadanos del departamento de General San Martín. La tristeza de ver en Televisión Española que Argentina es noticia por el desastre de Tartagal hace pensar qué nos ha pasado para que aquella zona del Noroeste de nuestro país quede sumida en la miseria y el olvido tanto del gobierno provincial como del nacional.
Habiendo entrado ya en el tercer milenio es inconcebible que la tragedia se desate sobre la segunda ciudad salteña como si nada ocurriera. Hablamos de 60.000 habitantes que ven en el olvido de las administraciones provincial y nacional el telón de fondo a su tragedia. No son las tormentas las que han arrasado a Tartagal. No es un desastre natural producto de la divinidad enojada la que asola a General San Martín. Es la desidia de los gobernantes que detrás de las mezquindades personales olvidan que han sido elegidos para servir al pueblo y no para servirse de este. El agua está llegando lentamente a la plaza principal de Tartagal, aquella por donde vi desfilar las alegres comparsas del carnaval y que hoy corre peligro de desaparecer. La alegría ya ha desaparecido hace varios años pero la esperanza de cambio que había perdurado en el pueblo tartagalense ni siquiera se ve reflejada en los rostros de tantas comunidades que ven como sus hijos mueren por desnutrición o que ven como sus casas son arrastradas por el río. Puentes destruidos, incomunicación, desmonte, cólera, muerte y otras plagas, parecen ser las señales divinas como las que asolaron alguna vez el Egipto bíblico. Sin embargo no está la mano divina detrás de tanta tragedia. Está la mano de hombres necios que han mirado y siguen mirando hacia otro lado. Mientras tanto nos muestran la Salta del progreso, esa que se ha convertido en el centro del NOA y que enorgullece a su gobernador y que hace que el país entero hable del milagro salteño. Pero el rostro oculto de Salta debe hacernos pensar en el rostro oculto de una Argentina que todavía no ha cambiado, aunque la propaganda oficial así quiera hacernos creer.
Lo que deberemos reflexionar todos los argentinos cómo ha sido posible pasar de la alegría de los carnavales a la tristeza de una tierra arrasada. Y ver cómo hacemos entonces para cambiar esa situación. No esperando en vano a las próximas elecciones. Sino tomando en nuestras manos el destino de nuestra existencia. Sólo así volverán a alegrarnos la vida los carnavales de Tartagal.
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