por RK publicado el 17 de abril de 2007 - Publicado originalmente en De Igual A Igual.
Artículo reproducido en La Estrella Palestina y en La Voz de Salamanca
¿No debe la humanidad recordar todos los holocaustos de la historia?Los pasados. Pero también los presentes. Y decir de una vez y para siempre NUNCA MÁS.
La polémica es importante. No se trata de negar lo evidente. Pero si de revisar cuidadosamente la historia y el uso del lenguaje. No apropiarse de la tragedia para justificar una nueva. Porqué no ha sido novedoso el holocausto sufrido por el pueblo judío. Y no ha sido novedoso porque ha habido otras masacres antes, como el genocidio armenio, del que el 24 de abril se cumplirán 92 años. Y no ha sido novedoso, porque en la segunda guerra mundial junto al asesinato de 6.000.000 de judíos se le sumó un millón y medio de gitanos. Sin hablar de otros genocidios ocurridos en otras latitudes temporales y espaciales en la historia de la humanidad.
¿Quién se apropia de la historia del Holocausto? ¿Puede un pueblo hacerse dueño absoluto de un término que en líneas generales define una matanza cuyo objetivo final es el exterminio de ese pueblo o parte de él? Estas preguntas tienen cierta complejidad, pero mucho más compleja es su respuesta. Una vez un amigo me preguntó cómo era posible que los judíos hicieran lo que hacen con los palestinos, cuando habían sufrido como pueblo el holocausto. Yo no supe qué responder. En todo caso debí decir que los judíos o algunas fracciones de judíos que hoy ocupan las esferas de poder en Israel utilizan la imagen del Holocausto para convertir la retórica de la tragedia de un pueblo, en las justificaciones de una política igualmente criminal a la aplicada por el régimen nazi en la Alemania de los ’30 y ’40. Y no sólo los judíos que viven en Israel (o parte de ellos) asumen aquel discurso, sino que muchas comunidades judías (por no decir la mayoría) que habitan fuera de Israel, repiten ese discurso sin siquiera hacer un análisis de la historia de Medio Oriente.
Una nota publicada en el suplemento Radar de Página 12, el último domingo, se convierte en un llamado de atención sobre el significado del término genocidio. Se habla en concreto del Genocidio Armenio, que para algunos historiadores es el primer genocidio del S. XX. En aquella nota se dice expresamente que el genocidio armenio fue “el primero del siglo XX. Ensayo del nazismo y antecedente de lo que ha dado en llamarse la Solución Final. El permiso necesario que encontraron muchos gobiernos para ejercer su poder y eliminar a un pueblo que actuaba en oposición a sus intereses. Engranaje calculado, el plan implicaba que la masacre jamás fuera reconocida oficialmente ni mucho menos castigada: de ahí que en la actualidad aún se la siga negando desde distintos sectores, tanto en Turquía como a nivel internacional. Mientras el gobierno argentino acaba de promulgar una ley por la cual cada 24 de abril se conmemorará el “Día de Acción por la Tolerancia y el Respeto entre los Pueblos” en recordación de este genocidio, la pregunta obligada es qué ocurrió con las víctimas y los sobrevivientes, dónde están los intelectuales, y quiénes levantan hoy la voz para que el horror deje de ser silenciado”.
No se niega aquí la magnitud del genocidio judío. Lo que sucede en realidad al demostrar que ha habido otros genocidios, es negarle al genocidio judío la particularidad de éste, como único, irrepetible. Ciertamente no es posible comparar un genocidio con otro. Pero no ha sido sólo el pueblo judío de la Europa de los años ’40 quien ha sufrido “la solución final”. Esto sin mencionar el crimen contra los gitanos en la misma guerra en la que perdieron la vida 6.000.000 de judíos.
Al margen de cierta discrepancia, la cuestión en todo caso es saber si la humanidad después de cada una de estas tragedias (y tantas otras que aquí no se mencionan) ha aprendido algo. En mi opinión, el hecho de ver como se desangra Irak, de ver como se asesina a niños inocentes en Gaza, Cisjordania o Líbano, o al repasar la historia reciente de países latinoamericanos como Argentina o Chile donde los desaparecidos se cuentan por miles, la humanidad poco y nada ha aprendido del dolor de tamañas tragedias. Tampoco es posible usar las tragedias pasadas para justificar crímenes de lesa humanidad en el presente. ¿En nombre de qué civilización puede arrogarse un pueblo el derecho de matar a otro, ocupar sus tierras, mandar al destierro a sus habitantes y cargarse con la más moderna tecnología bélica sobre su población indefensa? Hablo si, en el caso que me ha preocupado en los últimos años, de Israel. Y me preocupa como judío que escucha que el Estado de Israel habla habitualmente en nombre de los judíos. Porque los mismos que hoy recuerdan solemnemente el levantamiento del Gueto de Varsovia apuntan con sus metrallas a la población de los territorios palestinos. Esto, sin entrar en un debate más profundo, complejo y polémico aún, sobre la construcción de ese Estado en tierras palestinas. Me preocupa que un pueblo como el pueblo judío, al cual pertenezco, hable de memoria para mirar su propia tragedia y no sienta la más mínima vergüenza de la tragedia humanitaria que ocasiona sobre los palestinos. Pero también me preocupa la historia argentina. Porque he nacido en un territorio que se ha construido como país moderno a expensas de la población nativa, indígena, en otro genocidio conocido como Conquista del Desierto. Cuando se cumplen 64 años del levantamiento de los partisanos judíos en el gueto de Varsovia la pregunta se torna inevitable: ¿Cómo fue posible que sucediera aquello? Y si el levantamiento de los partisanos judíos se recuerda como la valiente actitud de los oprimidos contra sus opresores, ¿Porqué se cuestiona el levantamiento palestino que lucha por liberar su tierra y por terminar con la opresión a la que son sometidos en su propia tierra?
Pero instantáneamente surge otra pregunta, hoy más urgente de ser respondida: ¿Cómo es posible que Israel, que hoy recuerda el genocidio judío, cometa los crímenes que comete en nombre del judaísmo? A quienes se atreven a juzgar las políticas criminales del Estado de Israel enseguida se les califica de “antisemitas” y se les cuelga el rótulo de traidores. Pero por suerte, no son pocas las voces que le gritan a ese Estado que en nombre del judaísmo deje de asesinar y de cometer los crímenes que comete. Son muchas más las voces en el mundo entero que le piden a Turquía que revise su pasado en lo que al genocidio armenio se refiere, son miles y miles las voces que piden que los criminales de las dictaduras latinoamericanas paguen en cárceles comunes los crímenes cometidos. La revisión del pasado de los estados modernos tendrá entonces su cuestionamiento más fuerte en la construcción sobre las ruinas de los valores humanos, aquellos que han sido asesinados junto a las víctimas de tantos genocidios. De no mirar qué hemos hecho como humanidad y qué hacen algunos estados en nombre de la Civilización, tendremos que pensar que nada hemos aprendido y que la barbarie guía a nuestra especia humana. Suenan aquí hipócritas las palabras del primer ministro israelí quien en el acto en homenaje a las víctimas judías del holocausto nazi dijo que "el deber histórico" de su país es combatir la xenofobia de quienes están "cegados por el odio". La pregunta es saber donde cabe más odio cuando un ejército como el israelí, con toda la tecnología bélica de última generación, invade tierras que no son suyas, asesina a decenas de inocentes, entre ellos, mujeres y niños, no sólo en la última invasión al Líbano en la que perdieron la vida más de 1000 libaneses, sino todos los días en la palestina que se desangra por causa de las bombas israelíes. Todo acto homenaje y toda jornada de reflexión que no contemple estas cuestiones serán vanas. Si como humanidad no somos capaces de pensar en el género humano como una sola unidad y nos elevamos como pueblos elegidos en nombre de cualquier divinidad, entonces seguiremos justificando insanamente nuevos genocidios como el armenio, el aborigen en tierras americanas, el bosnio o el palestino, y seguiremos creyendo que se justifica la lógica del más fuerte. Entonces al ya sombrío futuro de la humanidad solo se le sumará más oscuridad y más interrogantes acerca del camino al que se conduce. Nadie niega el derecho de un pueblo de recordar a sus víctimas. Pero lo que indudablemente si se debe negar y hasta condenar, que esos mismos pueblos cometan los mismos crímenes que en el pasado han sufrido. Debemos entonces quitarnos la máscara que nos cubre el rostro de la vergüenza, reconocer qué hemos hecho mal, pedir perdón a la humanidad y condenar al cadalso a los culpables de tanto crimen. Es mentira que la historia juzga. Los crímenes deben ser juzgados y castigados aquí y ahora. Así como se hizo con Adolf Aichman deberán ser juzgados por ejemplo los ejecutores de las políticas genocidas contra los palestinos, los culpables del genocidio bosnio o los culpables del genocidio latinoamericano en las dictaduras que han dejado ríos y ríos de sangre. Sólo así podremos estar seguros que la humanidad comienza a enderezar su rumbo y nos quedará una luz de esperanza de saber que la convivencia entre todos es posible.
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